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Héroes

Al iniciar la escritura de La ilusión del caos tenía en mente, entre otros asuntos, escribir sobre héroes. ¿Quiénes son mis héroes?, me pregunté. Pensé en mis padres y su arte casi sobrenatural de curar mis penas con unas cuantas palabras. También en Superman, pues de 1992 a 1998 casi no leí otra cosa que no fueran cómics de este súper héroe. Luego pensé en una maestra que me dio Biología en la prepa. Mientras la escuchaba explicar un tema yo sentía que ella era la persona más inteligente del mundo. Me encantaba ir a su clase, aunque una vez me sacó del salón y me suspendió por tres días, creo que injustamente. Es una historia larga y algo creepy, bueno, no tanto, pero quizá algún día se las cuente.

No cualquiera puede ser un héroe. A veces se vende muy barato el concepto. Hay individuos que realizan acciones que impactan a mucha gente o que por su rareza o alto nivel de dificultad llaman mucho la atención de un público. Pero esos no son héroes, me parece. El padre soltero que trabaja y cuida a su hijo, por ejemplo, nada más está haciendo su deber. La mamá que trabaja para asegurar la buena educación de sus hijos, lo mismo. Es para aplaudir, me quito el sombrero, merecen mi admiración, pero no son héroes, al menos no en mi definición. El héroe es un ser excepcional cuyas hazañas sobrepasan lo humano y se acercan a lo divino.

En La ilusión del caos escribí sobre un héroe. No diré qué personaje es el héroe, tampoco si es hombre o mujer. A ver si ustedes se dan cuenta mientras la leen. Quise mostrar a un ser humano casi común, con contradicciones y defectos, pero que con valentía, amor, sabiduría y humildad, rompe el molde creado por las expectativas y se convierte en una antorcha que lleva en su fuego la esperanza de toda la humanidad. Suena algo exagerado, lo admito, pero esa era mi idea. También sé que el padre trabajador o la madre trabajadora que mencioné antes sí pueden ser héroes, sobre todo para los hijos que ven en sus habilidades un «arte casi sobrenatural», como en mi caso. Un héroe no existe sin su público, sin los que se benefician de su protección: el héroe necesita admiradores.

Como sea, no me interesa dar la definición absoluta de un héroe, más bien, reflexionar sobre el héroe de mi novela, un personaje al que de pronto envidio por sus virtudes. Lo envidio y lo admiro, claro. Me gusta porque acepta llevar en sus hombros la lucha y la pena de todos, y aunque se da cuenta de lo duro y complicado de su tarea, se mantiene optimista. Como dije, es una antorcha en la oscuridad.

Cuéntenme: ¿quiénes son sus héroes?

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