Las evocaciones y proyecciones de La ilusión del caos
*El siguiente texto lo escribió Dalina Flores, escritora, académica y promotora de lectura, para la presentación de La ilusión del caos en la feria del libro UANLeer, el 12 de marzo de 2016. Muchas gracias a Dalina por sus palabras sobre la novela y también por permitirme compartirlo con ustedes.
La literatura, como cualquier otra actividad artística, es una manifestación del ser humano que implica un alto poder de evocación y creatividad. A través de la ficción, los autores nos proporcionan universos complejos, independientes, únicos. Por eso resulta ocioso, para la teoría y la crítica literaria, tratar de ubicar, definir y clasificar los textos literarios en función del público al que se dirigen. Un texto literario lo es o no lo es independientemente de si el autor lo escribió pensando en niños, viejitos, señoras o la comunidad LGTB.
Resulta más molesto cuando además estas categorías se convierten en una vía para la discriminación. Me he encontrado con que, algunas veces, los críticos o académicos denostan los libros publicados bajo esta etiqueta que, cabe aclarar, tiene intenciones de mercado originadas por la necesidad de ventas de las editoriales. Nada más. Son otros los elementos que construyen lo literario. Y estos elementos pueden estar en los poemas de María Baranda, en los cuentos de Francisco Hinojosa o en una novela de Benedetti. Es decir, un texto literario, casi por definición, toca y trastoca al lector, lo transforma a través del placer, indepedientemente de su edad.
Desde su naturaleza polisémica, la literatura invita a cada lector a tener distintas experiencias, de ahí que existan casi tantas formas de leer como lectores. Además, es lúdica. En su composición, en su forma de acercar su universo a los lectores, en sus reglas internas. Toda lectura es un juego. Pero sobre todo, es evocadora. A medida en que leemos, en nuestra imaginación se actualizan emociones, afectividades, ideas, etc., de modo que conectamos nuestros mundos particulares con la experiencia literaria.
Estos elementos son claves en la novela (de aparente corte juvenil, por lo que ya he dicho antes) de Carlos Calles, La ilusión del caos, en la que, de manera sorprendente, este joven autor regio nos transporta a un universo distópico heredado de dos fuentes: la tradición literaria y la necesidad de preocuparnos por el medio ambiente.
Antes de dar mi opinión sobre La ilusión del caos, me gustaría decir lo que creo que no es. No es la típica novela rosa o romántica juvenil, donde los protagonistas atraviesan inestabilidad emocional que los lleva al ensimismamiento egoísta donde el mundo gira alrededor de ellos y sus enamoramientos. No es una historia moralista ni ecológica que nos advierta a cada paso que tenemos que cuidar el planeta, shalalá shalalá, ni que seamos obedientes, ni tampoco que desobedezcamos porque sólo los rebeldes cambian el mundo. No es una historia plana donde lo único que importa son las aventuras y la maravillosa resolución en la que los protagonistas al fin se encuentran y son felices para siempre. No. No es un texto juvenil ni comercial en ese sentido.
Es una novela que en su ficción revela una complejidad existencial muy clara, donde los individuos están sometidos a unas leyes irracionales, pero necesarias para mantener el orden que les garantice su supervivencia. Lo terrible de este sistema es que busca un control total sobre los habitantes, a costa de las emociones, las ideas, los sueños. Y sobre este presupuesto el régimen erige sus leyes y la normatividad de las relaciones entre sus habitantes. Así, deciden que casi todos los individuos, al nacer, serán asociados a otros, con los que se tendrán que casar al cumplir 16 años. Pero también deciden su oficio, su zona de residencia, su nivel sociocultural y el número de descendientes que cada uno tiene autorizado. Se supone que esa estructura les permite superar las crecientes catástrofes ambientales que cada vez son más terribles. Sin embargo, nos vamos enterando, a medida en que leemos, que todo es un entramado muy sutil para controlar a los ciudadanos quienes, como siempre, encuentran formas de resistencia para buscar su propio camino.
La novela tiene recursos que resultan muy cercanos para muchos tipos de lectores: por una parte, está la ironía y entrega total de los amores juveniles con todas sus implicaciones; sin embargo, también hay alusiones a las grandes obras maestras de la literatura de ciencia ficción y ficción fantástica que pueblan las bibliotecas del mundo occidental. Encontramos los guiños que nos llevan a entender los presupuestos a partir de Un mundo Feliz, 1984, Farenheit, Animal Farm (incluso, por el control social, las estratificaciones y el control de los ciudadanos). Los intertextos evocados plantean muy claramente la relevancia de los libros y las cofradías secretas que los resguardan para reconstruir el mundo, para recuperar la esencia del ser humano.
Otro aspecto interesante en el planteamiento de historia es el proceso de crecimiento de los protagonistas. Como la más tradicional Bildungsroman (o novela de aprendizaje), los personajes enfrentan un proceso de crecimiento y autodeterminación no exento de dolor, pero muy significativo en la construcción de su identidad. Norela se encuentra a sí misma, a través de los libros, desde la lectura y la autonomía; es decir, a través de un proceso afectivo e intelectual; mientras Oriol, por su parte, enfrenta un proceso emocional, en el que tiene que tomar decisiones que lo llevan, quizás a su autodestrucción, pero sobre todo, a alejarse de sus propios anhelos y aspiraciones.
Lo que más disfruté de la lectura es que el autor, de una manera muy inteligente, presenta una trama en la que el descubrimiento del mundo, desde la mirada de los jóvenes, tiene que ver con otros asuntos más allá del enamoramiento arrebatado propio de la adolescencia. La búsqueda de identidad y autonomía está relacionada con otros elementos de la construcción social no sólo los emocionales y eso es un reto inteligente y sutil para los jóvenes lectores que se conforman con las trilladas novelas de amor donde todo gira en torno al triángulo amoroso.
Quizás como lectora adulta, lo que me hizo disfrutar y comprender la complejidad de la trama es el cuestionamiento que la novela hace a los procesos de control y manipulación de las masas, desde los aspectos políticos. La militancia y la entrega a una causa, y la forma en que estos gremios se corrompen, hacen alianzas, enuncian principios de aparente cohesión social y lo que realmente buscan, como en la vida real, es el poder como única ambición; pues es cierto que el poder es lo que mueve al mundo (el de la ficción tal como el de la realidad) y esa posibilidad de reflexión está planteada por el autor de una manera eficaz y cercana para los lectores jóvenes.
Lo más emocionante, creo, es el desenlace a través de un final abierto, lleno de intriga y dudas de las que se derivan un sinfín de reflexiones con las que podemos aterrizar en nuestra propia realidad. Me alegra saber que se espera una secuela pues en este desenlace lleno de rupturas se alcanza a vislumbrar una pequeña esperanza cuyos destellos, espero, alcancen a nuestros héroes, héroes tan cercanos que son como cualquiera de nosotros.